Nuevos caminos hacia la inclusión. Movilidad urbana y perspectiva de género

Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades y esta proporción alcanzará el 70% en 2050. Para garantizar que las ciudades sean espacios de oportunidades para todas las personas y ninguna de ellas quede excluida de la vida urbana, es esencial que las ciudades sean inclusivas sin que haya discriminaciones por cuestión de renta, sexo, origen, discapacidad, edad, identidad sexual o de género, religión o estado migratorio.

Las ciudades en las que vivimos suelen estar diseñadas y construidas sin tener en cuenta la perspectiva de muchos colectivos como las mujeres, personas mayores, personas migrantes o la infancia. Muchas de ellas suelen tener ciertas barreras que impiden la participación plena como pueden ser obstáculos en el acceso a espacios públicos, dificultades para acceder al empleo, vivienda insuficiente, sensación de peligrosidad en ciertas zonas de la ciudad relacionada con el género y/o la edad, barreras para acceder al transporte público por parte de personas con discapacidad o dificultades económicas de personas en situación de vulnerabilidad.   

Todos estos colectivos viven de una manera muy diferentes la ciudad y las realidades que les ofrece la economía urbana. Es por ello que los colectivos vulnerables tienen más dificultades para estar, vivir, sentir y amar su ciudad. Considerar que ésta no les abandona y les incluye con los mismos derechos que el resto de la ciudadanía. Por ello, es importante tener en cuenta las diversas necesidades según género, edad, etnia y condición de salud con la finalidad de desarrollar una ciudad más sostenible e igualitaria para todos y todas.

Por ejemplo, en el caso de la movilidad urbana y el género, se revela que las mujeres y los hombres no viven la ciudad de la misma manera. Los desplazamientos entre hombres y mujeres están diferenciados por los mismos roles de género que se les atribuye a cada uno socialmente: los hombres tienen desplazamientos tipo “pendular” (del punto de partida al punto de llegada, generalmente, de la casa al trabajo) mientras que las mujeres presentan desplazamientos en forma de polígono, es decir, múltiples viajes, con diferentes focos entre trayectos.

Además de ello, diferentes estudios indican que el automóvil es una cuestión más masculina que femenina (OECD, 2008), (Johnsson-Latham, 2007), según la cual, los hombres reproducen el rol masculino como líderes y proveedores económicos que les es asignado socialmente y suelen optar con mayor frecuencia por el automóvil como medio de estatus de género (Stock, 2012). Debido a ello, producen más huella de carbono que las mujeres.

Por el contrario, las mujeres, por el hecho de reproducir el rol de los cuidados familiares, trabajan en lugares más cercanos a sus hogares y usan el transporte privado en menor medida que los hombres, lo que resulta en menores emisiones de CO2 a la atmósfera.

Las mujeres reportan niveles más bajos de satisfacción con sus viajes al trabajo y son particularmente propensas a tener más preocupaciones con respecto a la seguridad personal en momentos particulares del día.

Mares de Madrid (2018)

A esta realidad hay que añadir que el automóvil particular ocupa gran espacio en las ciudades y es la forma de movilidad predominante. Por esto, dificulta otras tipologías de tránsito de colectivos que, por su realidad (no tener coche o desplazamientos múltiples), necesitan de otro tipo de movilidad compartida como es el transporte público, caminar o el uso de la bicicleta.

A su vez, las mujeres “reportan niveles más bajos de satisfacción con sus viajes al trabajo y son particularmente propensas a tener más preocupaciones con respecto a la seguridad personal en momentos particulares del día” (Mares de Madrid, 2018). Por otro lado, también existe una percepción del miedo y la seguridad diferente en las mujeres que en los hombres, ya que dependen de factores como la iluminación de las calles, el momento del día en que realizan su desplazamiento o los espacios públicos cerrados o con poca visibilidad que pueden propiciar agresiones.

Por todo ello, y tomando como ejemplo el rol de las mujeres en el transporte urbano, una movilidad sostenible debe tener en consideración las diferentes perspectivas y realidades de todos aquellos colectivos que tienen mayores dificultades para moverse por la ciudad. Se les debe incluir en políticas de decisión de infraestructuras de transporte, tanto en su diseño como su planificación. De esta manera, la movilidad urbana será más eficiente y eficaz en la consecución del desarrollo sostenible.